Nicolás Domínguez Bedini

(Buenos Aires, 1973. Reside en Turdera desde 2011.) Es autor de los poemarios Decirte al oído y Sueño con lavadoras & otros poemas. Médanos de oro (Bajo La luna, 2016) es su primera incursión narrativa. Desde el año 2000 realiza performances y lecturas en vivo, lideró El Monte Análogo Radio (2006-2009) y desde 2011, es vocalista de PAAR. Participó en los films La energía directamente, Escuchar a Dios y Sinuosos & dorados Médanos. Organiza el Brautigan Fest y aún administra su blog personal www.nicolasdominguezbedini.blogspot.com

Enganches: Música para no parar de bailar (o tour por Burzaco, un domingo templado)

A Guillermo, Lola y Aneta.

En Burzaco cada 1 manzana

hay 4 fachadas antiguas.

Tiene tres calles con el nombre Quintana

una Faber y otra Castell,

a veces paseo con la secreta convicción

de que los lápices de colores

son oriundos de allí.

La panadería más hit

tiene una puerta giratoria

como las sedes de entidades prestigiosas

y bancos.

Frente a la estación

hay una disco tropicalísima

que remite al primer Velvet Underground

y una casa inglesa derruida

vigilada por perros dogos enormes.

Un cambio de funciones de lo más armónico:

donde había un cine

está actualmente la biblioteca municipal.

En algunas paredes se deja ver la existencia

de graffiteros locales y en la plaza central

debajo del monumento a la bandera

ofrecen unos muñequitos muy simpáticos

parientes de la familia Snoopy.

La casa de la asociación cristiana

o el hogar de dios ocupa toda la esquina

y recordé a Muñiz

a la mansión de los Tillous

en la avenida León Gallardo.

Es curioso, al adolecer

uno reniega de su pueblo

al que después, con el tiempo

usa como bálsamo para mirar la gran ciudad

desde otra perspectiva

y nutrirse.

De Decirte al oído

Nuestro padre dormía su último sueño


No sabíamos aquel domingo al atardecer
cuando íbamos jugando
por la penumbra de los largos pasillos del hospital
hacia la sala de terapia intensiva
que habíamos sido convocados para una despedida.

Éramos pequeños
los familiares y amigos allí reunidos
proyectaban en sus ojos
la orfandad que se nos avecinaba de por vida.
Pero era así, y no había manera de explicarlo.
Nuestro padre dormía su último sueño.

Nos habían venido a buscar
por expreso pedido suyo
para vernos por última vez
y despedirse de nosotros.
Yo fui el primero en acercarme a la cama
no me animé a besarlo
estaba todo transpirado y con el rostro muy pálido.
Vos estabas detrás de mi
subida a una silla
haciéndole morisquetas
como cuando él nos sacaba fotos en Santa Teresita
durante los pocos veranos felices que pasamos
en compañía de la familia Hokama.

Y vos, querida hermana
estabas aún radiante
no palpitaste
que pocas horas después
estaríamos en una procesión
entre la sala de velatorios y el cementerio municipal
donde ninguno de los médicos oradores
podía terminar su discurso
sin que las lágrimas se mezclaran con el sudor
a causa de un abrasivo sol de mediodía.
Entre tus manos, vos tenías un pañuelito de seda.
No recuerdo a quién se lo pediste o quién te lo dio.
Gracias a aquel pañuelito, empezabas a estar en sintonía
con el asfixiante paisaje del que también formábamos parte.
Y la bola de nieve de las condolencias
y la avalancha de afectos, llegó un rato después
pero nos dejó aún más aturdidos.

Eso sí, recuerdo que verte tambaleante y bullanguera
arriba de una silla
en aquella habitación de terapia
me animó a gritar como el niño que era: ¡papá, despertáte!
Por eso mamá se acercó a la cama
sacudió un poco su brazo libre de suero
y elevando la voz
lo puso al tanto de nuestra visita
y fue ahí que abrió los ojos
y esa mirada profundamente triste
todavía hoy me visita en sueños
tratando de decirme algo
que no termino de comprender.

Alguna de las tías te acercó a la cama en brazos
para que él pudiera verte de cerca
pero vos empezaste a sentirte fastidiosa
pediste -moviéndote para todos lados-
que te bajaran al piso y cuando lo hicieron
te encerraste en el baño, apretando el botón
que estaba en la manija y trababa la puerta
logrando así, mi pizpireta hermana, que nuestro padre
no abandonara tan pronto el mundo de los vivos.

Pero fue ahí, ¿te acordás?, fue ahí
que saltó de la cama
como si saliera a cortar un centro con las manos
en el área chica de San Miguel Oeste
emulando a Agustín Mario Cejas
para rescatarte de la oscuridad.

Y vaya si lo lograste:
nuestro padre en pijama
corriendo por toda la sala
buscando desesperadamente herramientas
para destrabar la puerta
mientras vos seguías encerrada
expectante y risueña
regalando guturales aullidos de socorro
imperecederos junto al tiempo.

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