Soy docente hace poco jubilada, en cargos directivos y con Capacitación Docente en la rama Formación Profesional para adultos, como Profesora.
Nací en Lanús y vivo en Avellaneda, Prov. de Bs.As.
El amor por la escritura y la lectura llegó muy temprano a mi vida. Me costó mucho dar a conocer mis textos.
Fui seleccionada para publicar en varias Antologías, de Bs As y España y está en gestación mi primer libro de Poesía: «Como si un agua clara».
El pozo
Ya había echado puñados de tierra
sobre algunos de mis muertos.
Con nuestros libros estudiados durante horas
para comprender mejor El Capital, la plusvalía,
fue distinto.
Después aprendimos que eso se llamaba
injusticia social y en que lugar
debía estar el cielo obrero,
la pasión por la causa.
Desnudos, en el pozo,
las páginas estropeadas quedaron
justo entre un cantero de dalias
y el surco de papas que cuidaba el vecino.
Deben haberse hundido profundo bajo el barro.
Entonces corrimos de terror toda la noche:
el mundo era un deseo
que desaparecía amordazado.
Yo era toda un diluvio
pero entendí que había sido necesario.
En el cuarto de al lado
nuestros hijos dormían sin saber
que algunos ya faltaban.
Años después, cuando abrimos el pozo
nadie era el mismo.
Ellos volvieron de a uno a su lugar en el estante.
Los leímos de nuevo,
los renglones lavados como plumitas de agua.
Te los quedaste vos y estuvo bien,
con sus restos de tierra entre las hojas.
Como si uno pudiera olvidar
el pozo negro al lado de las dalias.
Como si un agua clara
Y la canción del agua
es una cosa eterna
Federico G. Lorca
Se siente mejor cuando escribe,
aleja ese vacío repleto de astillas
clavadas en gritos.
Las letras rozan el dolor,
cala el silencio.
Se estira y mira sin ver el hueco
del mundo.
Hoy, otra vez, se anuncia tormenta.
Ella, esta vez, puede besar la letra de agua,
las palabras roídas.
En su pecho desnudo
las arropa, les cuenta.
Y es como si un agua clara
la limpiara por dentro.
Lenga o pino
a Amelia Biaggioni
Siempre
arden las palabras que te pueda decir,
abrazadas, pero no:
simples desechos ateridos
en aquella lengua roja
que enarboló mi silencio de sal
en madrugadas,
y habitó palabras nuevas
y empuñó caricias,
obstinado fuego.
Fuego que lleva y trae,
desde aquellas viejas cacerías
en las que fui tigre
y cacé tigres,
y fui hormiga
y ráfaga
de lenga o pino.
Aquella pupila
que lloraba humo bajo mis pies.
Ahora me detuve
pero
el fuego,
nunca.
Siempre
atiza
la muerte.