Silvia Altamir

Soy docente hace poco jubilada, en cargos directivos y con Capacitación Docente en la rama Formación Profesional para adultos, como Profesora.

Nací en Lanús y vivo en Avellaneda, Prov. de Bs.As.

El amor por la escritura y la lectura llegó muy temprano a mi vida. Me costó mucho dar a conocer mis textos.

Fui seleccionada para publicar en varias Antologías, de Bs As y España y está en gestación mi primer libro de Poesía: «Como si un agua clara».


El pozo

Ya había echado puñados de tierra

sobre algunos de mis muertos.

Con nuestros libros estudiados durante horas

para comprender mejor El Capital, la plusvalía,

fue distinto.

Después aprendimos que eso se llamaba

injusticia social y en que lugar

debía estar el cielo obrero,

la pasión por la causa.

Desnudos, en el pozo,

las páginas estropeadas quedaron

justo entre un cantero de dalias

y el surco de papas que cuidaba el vecino.

Deben haberse hundido profundo bajo el barro.

Entonces corrimos de terror toda la noche:

el mundo era un deseo

que desaparecía amordazado.

Yo era toda un diluvio

pero entendí que había sido necesario.

En el cuarto de al lado

nuestros hijos dormían sin saber

que algunos ya faltaban.

Años después, cuando abrimos el pozo

nadie era el mismo.

Ellos volvieron de a uno a su lugar en el estante.

Los leímos de nuevo,

los renglones lavados como plumitas de agua.

Te los quedaste vos y estuvo bien,

con sus restos de tierra entre las hojas.

Como si uno pudiera olvidar

el pozo negro al lado de las dalias.


Como si un agua clara

Y la canción del agua

es una cosa eterna

Federico G. Lorca

Se siente mejor cuando escribe,

aleja ese vacío repleto de astillas

clavadas en gritos.

Las letras rozan el dolor,

cala el silencio.

Se estira y mira sin ver el hueco

del mundo.

Hoy, otra vez, se anuncia tormenta.

Ella, esta vez, puede besar la letra de agua,

las palabras roídas.

En su pecho desnudo

las arropa, les cuenta.

Y es como si un agua clara

la limpiara por dentro.


Lenga o pino

a Amelia Biaggioni

Siempre

arden las palabras que te pueda decir,

abrazadas, pero no:

simples desechos ateridos

en aquella lengua roja

que enarboló mi silencio de sal

en madrugadas,

y habitó palabras nuevas

y empuñó caricias,

obstinado fuego.

Fuego que lleva y trae,

desde aquellas viejas cacerías

en las que fui tigre

y cacé tigres,

y fui hormiga

y ráfaga

de lenga o pino.

Aquella pupila

que lloraba humo bajo mis pies.

Ahora me detuve

pero

el fuego,

nunca.

Siempre

                              atiza

                              la muerte.

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