Mario Orlando. Nació en el barrio de Parque Chacabuco de la Ciudad de Buenos Aires, en 1954. Ha escrito poesía que hasta el día de hoy permanece inédita, así como la mayoría de su obra narrativa de cuentos y una novela, además de ser el autor de numerosas obras pictóricas.Es profesor de Literatura, y ha ejercido la docencia en universidades y profesorados.Vive en Luis Guillón (Provincia de Buenos Aires) desde hace más de cuarenta años.
I
Detrás del muro
hay hombres que iluminan sus ausencias con el temblor del fuego.
Hay pájaros de barro que sueñan con el mar.
Tras ese muro un niño corre junto a otro niño entre las áridas calles,
sin mirar la noche que llega desde el horizonte.
Detrás del muro un hombre y una mujer besan en sus labios el amparo de un olivo.
Más allá, el final de una mano deja caer una estrella
sobre un trozo de agua extenuada entre la arena.
Por ese vértice del muro asomará la luna
cuando las penumbras cubran todas las plegarias.
Alguien amará en silencio. Alguien cortará el pan sobre la mesa.
Contra ese muro un joven se detiene como un ciego que ha chocado con sus propias
sombras.
Unos ojos miran por el resquicio que deja la luna entre la vida y la muerte.
Detrás del muro una muchacha canta,
y su voz reverbera en el viento, quiebra las piedras y hace brillar la noche,
y se escapa por todos los rincones del cielo más allá del muro,
llevándose el amor, el dolor, la soledad, quién sabe cuántas cosas,
buscando a un dios que traiga lluvias sobre todos los gemidos
que devoró la tierra.
II
A Estela
Ya vendrá el otoño
y tu ausencia se irá sobre la tarde
siguiéndome los ojos.
Ya vendrá, porque él regresa
cuando se mira lo que más amamos.
Vendrá puntual como el ocaso
que marcha entre el aire amarillo de los álamos…
Y dirá entonces que sobre mis pasos se deshojaron las heridas
de tus labios,
que el mundo está solo porque no sabe tu nombre,
que todo es un hueco
que repite lo que hemos besado.
III
Todo quedará en la lluvia, amigo,
como esa huella en la que cabe
el espejo del cielo.
Hay quienes viven sin oír su oración desnuda
en la longitud del aire;
pero ella recoge la hondura de cada lamento.
Allí detrás de las ventanas
rescata las astillas de las almas
retorcidas en los basurales
y el hueco de los ojos solos
ante la noche.
No importa lo que digan:
nuestra esperanza es la canción.
Por eso entramos en la lluvia, amigo,
y acariciamos hermosas islas
vislumbradas tras el velo de sus alucinaciones.
Somos todo lo que deseamos perder en un amor
o en una lágrima.
La lluvia hermana todas las cosas
y nada puede separar lo que ella ha abrazado.
Por eso canta,
para que regresemos siempre al nido de sus álamos
a dibujar estrellas y palabras
sobre la sequedad de la avaricia,
el crimen y la nada.