Hugo Baran

Nació en 1949. Ejerce la docencia enseñando literatura en escuelas secundarias y en la Universidad de Quilmes. Ganó el primer premio en el concurso de la Dirección de General de Cultura y escuelas de la Provincia de Buenos Aires.

Vice y verso

A veces me detengo a pensar en lo triste

que es ver cómo caen los paraguas

sobre las oscuras gotas que deambulan por las calles.

Y me digo: qué inútil es la leche

sobre el llanto derramado

qué inanes son las bolsas cuando quiebran las acciones

qué infausto es dormir el cometa cuando en el cielo

navega la siesta, me digo.

Porque a veces me detengo y observo cómo el tiempo

seduce a los relojes, se toma de sus manecillas

para girar en reversa.

No es para menos, al tronar de los cañones

le suceden los relámpagos hipnóticos,

bandadas de pájaros que huyen y huyen

una marejada de vísceras humeantes ofrecidas al mejor postor.

No es con mucho para menos, los secretos arcanos se ventilan

a los cuatro vientos

y hoy se favorece la mirada subrepticia

a la intimidad de los muertos.

Somos espectros sin sombra que desprenden recuerdos

en un cáliz que recoge lo más bastardo que tenemos.

Y esto no es lo peor, porque las usinas de la muerte

requieren a diario materia prima

y la humanidad se la ofrece gustosa

sin pedir nada a cambio.

No es para menos, el sacrificio del buey no hace más fuertes

a los lacedemonios, como se creía,

ni el incienso de mirra no contenta al padre Mercurio, anhelante de Sol.

Hoy se remata en el ágora poblada un consejo, cuando ayer

el mismo no tenía precio.

Nos prendimos al fruto prohibido y el mal gusto que nos deja en la boca

solo menguará con un mordisco de nuestra propia carne.

Así de yerma está tu quinta

poblada de termitas que te recuerdan viejos vicios

de los que lejos de arrepentirte

buscas remozarlos con nuevos ímpetus

en este mundo loco que gira en reversa.

Y digo: por mucho menos ruedan los cadalsos

en las altas cabezas,

saltan las usinas de todos los fusibles,

encallan los puntos en barcos lejanos.

Ahora es el momento, me digo, de dejar de mirarse

la suerte y probar ombligo,

de saltar el surco y hallar el nuevo cerco

bendecido por los cuatro dioses y ensalzado

por los viejos vientos.

Y así, por fin, podré poner en orden mi reloj y en hora

mi universo, me digo.


Libro mayor

Y porque el acto oficioso nos remite

A un registro somero de lo actuado

El firmante en la plena posesión de sus cabales

Afirma, asegura, acredita dos puntos

Quedarse con el rastro de tu rostro de aquellos primeros tiempos

Con el primer cruce de miradas y la excitación y la exaltación de tu

Forma de alejarte al descuido con pasos estudiados.

Encolumnar tus cejas enmarcadas

En una pronunciada línea tenue, casi ocultas,

Confiscar la suave curvatura del cuello,

Y por qué no, también tus senos aguerridos, desafiantes a duelo

De mis dos manos amanuenses

Que hoy y a duras penas articulan un adiós.

Quedan en caja, mientras llega la convocatoria

De los acreedores de promesas incumplidas,

Un pañuelo de seda que aún conserva tus tibiezas,

Fotos con seres felices y abrazos y deseos,

Y además algunos besos sueltos

A la espera de lo que el síndico disponga.


Manifiesto

Tendrán borrado el camino del olvido
Y en ese surco habitarán los chacales.
La memoria de las cosas se abrirá como flores
Negras, anegadas de lágrimas y gritos.
Llegarán los días felices, de gloria excelsa
Y bienestar supremo
Pero nadie quedará exento de prender una vela
Al número seis que aúna seis nadas.
Pero nadie habrá de beber el agua de Lete
Con el riesgo de abrasar con el tiempo
Paños de calaveras y tibias.
Pero todos repetirán hasta el ocaso:
“¿Esto es un hombre?” y se responderán:
Lo es, siempre que todo el universo lo sea.
Mujer, hombre, niño, niña, germen
De la humanidad que surge sin fronteras
Contarán, cantarán sus consignas
Y dispondrán barricadas en el cielo
Para que no haya refugio ni arriba siquiera
A los que se creyeron supremos y eternos.
Y así habrá paz.

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