Lydia Helander

(Buenos Aires,1942). Estudió Letras en la U.N.Rosario. De niña vivió en Calafate y Gobernador Gregores ( STA. Cruz) Durante 32 años fue docente en Educación Primaria, Secundaria y Terciaria en los distritos de Florencio Varela y Berazategui. Libros publicados: Viajes y Naufragios, Digo Sur y Camino a Casa. Actualmente forma parte del colectivo de poetas y narradores A las 5 de la tarde. Reside en Florencio Varela.

CUMPAS

a Diana Bellessi

Es primavera y florecen los ceibos.

Viajo en combi desde Varela

hasta Constitución,

voy a casa de Diana..

Hace un montón de años,

era yo quién la veía viajar

sobre un vagón de tren

de Zavalla a Rosario,

con sus ojos azules, el cabello

en desorden y una boinita roja.

Entonces sabía que hilvanaba versos,

pero no que alguna vez

daría su luz a mis palabras..

En Plaza Constitución tomo el subte,

luego desciendo bajo el puente Pacífico,

donde varias familias duermen en la vereda

al abrigo del viento.

Camino cuatro cuadras,el tramo es corto,

llego a Fitz Roy y me detengo

frente al supermercado

para leer la placa medio sucia

que colocaron vecinos de Palermo.

Escribieron allí: «Mirta y Oscar»,

los apellidos no se distinguen bien,

«vivieron en esta casa».

También agrega la inscripción:

«desaparecieron en el setenta y seis».

Vuelvo a fijar mi vista en los nombres

borroneados

debajo de esos árboles intensamente verdes,

que forman arcos y danzan entre los edificios.

Es extraño, pero a pocas cuadras

y en la misma época,

quedaba mi propia casa.

Siento un escalofrío ante el recuerdo

de aquella ciudad llena de duelos invisibles

y de este barrio

en el que nacieron mis hijos.

Aquí estuve por última vez

junto a los compañeros más queridos.

No hubo después para ellos,

ni tampoco una placa.

Barquito de papel que alguien tirara al agua,

debí escapar del horror hacia otros puertos

aferrada a mis niños como una brújula

en el mar.

Hoy son ellos quienes rescatan la memoria

de los cumpas

y salvan sus nombres del olvido.

Eva

Fue en julio,

la hora de mis muertos

y también la de mi nacimiento.

Hace mil años

en el cincuenta y dos,

mi madre citó a su hermana

en la Avenida de Mayo,

frente al Castelar,aquel hotel,

donde parara alguna vez

García Lorca,

pero también Leonor,

mi tía modista

que había viajado

para vacacionar en Buenos Aires.

No recuerdo muy bien

como llegamos al lugar,

aunque sí a la multitud

que en un silencio místico

de flores y tristeza

se apretujaba sobre la calle

entorpeciendo el tránsito.

Escuché decir a mi madre:

«Se murió la Señora,

no debiéramos haber venido

a la Avenida de Mayo».

Sin embargo ahí estábamos,

perdidas entre la gente,

algunas enfermeras con uniforme azul,

hombres de corbata negra y brazalete

en el saco

y mujeres que enjugaban su ojos

enrojecidos por el llanto.

Unos días más tarde

nos fuimos a Rosario

y de nuevo la misma caravana

de dolientes

acompañó nuestro fin de semana..

Mucho después de esos tiempos enlutados

llegó el cincuenta y cinco

con su cuota de espanto.

Quemaron los libros de aquella mujer

que seguía como una saeta

clavada en nuestros corazones.

Rescaté en secreto de una biblioteca

«La Razón de mi Vida»

mis padres no se animaron

a decirme nada.

Comprendieron acaso,

como escribiera Borges

«los rumbos minuciosos de la muerte»

y lo que más tarde vino,

cuando el vacío se adueñó de las calles

y las verdades mínimas quedaron olvidadas.

De: Digo Sur

Fumadoras

No conozco su nombre,

ella ambula

bajo mármoles exquisitos

cobijada por el techo neo-renacentista

de la estación del sur.

Hoy se obstina en seguirme

hasta un polirrubro

mientras dice incoherencias

y rima vocablos

como si fuera una habitante

de otros mundos.

Ángel perdido

sus ropitas

despiden olor a orines

y al humo de algún fuego

encendido sobre la calle-

-Señora retiresé-

la intiman dos uniformadas,

pero ella vigila a la espera

de mi compra,

su mirada fija en el paquete

que anticipa

con grandes letras negras

FUMAR TE MATA.

Solidaria le ofrezco cigarrillos,

ambas perdidas

entre el gentío indiferente

de Constitución,

como si el abandono y la miseria

fueran rastros

de un fantasma olvidado.

-Ella pidió pall mall,

ella pidió pall mall

la escucho repetir.

Brujita fumadora,

huye alegre,

¿hacia dónde?.

Y me da la espalda.

De: Camino a casa

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